TRABAJO ABSTRACTO, TRABAJO REAL Y CONFRONTACION DEL TRABAJO

“No puede ser un buen economista aquel que es sólo economista” (John Stuart Mill)

Alvaro Alarcón, Psicólogo del trabajo -14/12/2020

El universo conceptual económico actual, en las condiciones del sistema neoliberal, había logrado imponer la idea de progreso, de crecimiento económico, ligado estrechamente al juego financiero de inversiones, de capitalizaciones rentables y de “chorreo” beneficiando a vastos sectores medios y populares. El crédito usurero y el consumismo crea en realidad la ilusión inestable de un bienestar “estadístico”, que es corroído en efecto por los bajos salarios, bajas pensiones, ayudas públicas insignificantes e impuestos al consumo. A la par, prevalece el olvido de un factor trascendental: el trabajo.

En la economía mercantil capitalista neoliberal son determinantes los costos, ganancias y ventajas. Respecto al mercado sólo cuenta, entre las demandas a satisfacer, exclusivamente aquellas rentables. En esta dominación de lo financiero, se omite lo que ha sido sometido, invisibilizado, percibido como irrelevante, es decir fundamentalmente el trabajo concreto de trabajadores y trabajadoras.

La oferta de trabajo, es la búsqueda de “fuerza de trabajo” por el empresario, patrón o empresa, es una elaboración mercantil compleja que contiene el perfil de una actividad determinada, de las competencias requeridas, de la “personalidad” eventual del trabajador(a) deseado (definida esencialmente en características de “adaptación” a las coerciones existentes, y si es posible eliminando a tiempo los “refractarios”, reivindicadores, oponentes, sindicados, etc.)

Más allá del cálculo de rentabilidad financiera, la gestión patronal de recursos humanos es la gestión del trabajo concreto, utilizando procedimientos y criterios destinados a perfeccionar la sumisión real del proceso de trabajo, o sea el control estricto del proceso productivo de tareas y misiones. Desde ya, jurídicamente, el contrato de trabajo establece por definición la subordinación del asalariado(a).

La ideología dominante, establece una brecha entre lo económico y lo social. Los problemas humanos del trabajo son exteriores y omitidos por el cálculo económico monetario.

Entre les costos, ganancias, ventajas y rentabilidades, el trabajo se vuelve abstracto o más bien ha tomado la forma de trabajo prescrito. Este trabajo prescrito, descriptivo y exigido, está constituido por la definición de tareas, misiones, gestos profesionales, lapsos, períodos de tiempo y reglamentos, entre otras obligaciones que contextualizan la actividad productiva.

Pero la realidad está constituida igualmente por la existencia concreta del dominado, por el trabajo concreto del trabajador(a) (trabajo real), que es el trabajo realmente existente y productivo. Este trabajo real, es la acción del trabajador(a) frente al trabajo prescrito. Ahí el operario descubre con su experiencia, competencias e inteligencia, a qué está verdaderamente confrontado en el esfuerzo laboral. Inevitablemente hay un desfase o netamente una divergencia entre el trabajo descrito teóricamente y lo que efectivamente hay que ejecutar.

La eficacia del trabajador(a) es lograr un resultado útil respecto a una exigencia prescrita, aproximada, teorizada, inactual, insuficiente. A menudo, por razones estratégicas, debe disfrazar su trabajo real que funciona, bajo la forma del trabajo prescrito “supuesto”, que es el único criterio aceptado habitualmente por el empleador.

El trabajo real, que es eficaz y productivo, se presenta paradojalmente como obstáculo y falencia de control para la gestión capitalista (que pretende controlar con el taylorismo).

Para realizarse, la gestión capitalista intenta reducir todo trabajo concreto o real a trabajo abstracto o prescrito, teóricamente ya realizado desde el momento en que ha sido previsto, donde no habría lugar para ningún costo humano o aporte complementario de creatividad e inteligencia. Lo “social” es externo al trabajo y no tiene valor agregado. De qué modo el trabajador(a) se agobia e inventa para cumplir con su labor, no interesa mínimamente al gestionario, (para evitar el alza del costo del transporte “debe levantarse más temprano”).

Esta tentativa empresarial es tan “racional”, pretendiendo ser una organización “científica” del trabajo, que arriesga a menudo el fracaso en su intento de alcanzar su objetivo, es decir el éxito de la actividad productiva. El trabajo real resurge siempre como obstáculo en la gestión capitalista. Los empresarios han comprendido que, en el funcionamiento concreto de la producción, no se apropiarán nunca de la “fuerza de trabajo” como cualquier otra mercancía. Tienen que “producirla”, en consecuencia, tienen que exigir y apropiarse la “capacidad de adaptación” de los trabajadores(as). Esto concierne particularmente el tiempo de trabajo; todo cuestionamiento del trabajo en su duración, intensidad, valor moral, es tocar en lo más íntimo al sistema capitalista.

Para el trabajador(a), confrontar el trabajo, la situación de trabajo, las condiciones o la organización del trabajo, puede revestir múltiples expresiones: reivindicativas, de violencia, evadir las tareas, reelaborar los procedimientos, ausentarse, búsqueda del consenso colectivo, acceder a formas sindicales, apropiarse formas de autonomía, etc.

En esta confrontación del trabajo, como elemento crucial, existirá siempre esta divergencia, más o menos acentuada, entre la descripción de la tarea a realizar (tarea prescrita o anteriormente denominada abstracta) y la acción que realmente debe ejecutar el trabajador(a) para lograr dicha tarea (trabajo real o anteriormente llamado trabajo concreto).

Como se ha dicho, la descripción prescriptiva es siempre aproximada, teórica, promedio estadístico, donde podrán fracasar los insumos y los medios. El operario, debe acceder a un resultado real, y suplir con su creatividad, experiencia e inteligencia, la distancia entre lo hipotético y lo real.

Esto envuelve las Condiciones de Trabajo (entorno material de la actividad, adaptado o pernicioso) y la Organización del Trabajo (orden prescrito, jerárquico, operacional, reglamentario). Se presume que actualmente, en las condiciones contemporáneas de trabajo, es la Organización del Trabajo la que es percibida como el factor más nocivo para la calidad de vida laboral. Incluso, en algunos casos, superior a una deficiencia de condiciones materiales de trabajo.

La Organización del Trabajo, reelaborada y agravada por las prioridades del sistema neoliberal, concentra con mucha frecuencia lo más odioso del desconocimiento de la valoración del trabajador colectivo.

En el conjunto de factores que caracterizan la dinámica del colectivo laboral, en la acción de trabajar, (la percepción de la actividad, las competencias ejercidas, la personalidad de cada trabajador-a); el dominio amplio del trabajo se degrada: la percepción es de indignidad de la labor, el salario promedio es al límite de la pobreza, el orgullo de ejercer un oficio no es mayoritario.

Los trabajadores(as) no temen la dureza del trabajo o de una profesión, temen más bien la mezquindad del reconocimiento de un poder indolente e insensible.

Un gran paso será dado, cuando se logren grados de Autonomía que permitan escapar de un trabajo agobiante y “sin salida”. Esta autonomía entendida como la posibilidad de influir en la configuración del sistema de organización laboral.

El poder empresarial está inquieto por la situación existente y toma conciencia que el estado existente no tiene más perspectivas.

Un “Manifiesto” de 250 directores(as) de empresas IPSA (Indice de Precios Selectivos de Acciones) e IGPA (Indice General de Precios y Acciones), que son los índices que reagrupan todas las empresas chilenas que cotizan en la bolsa, afirma que “el estallido social fue un llamado de alerta a las empresas”. Declaran el “principio” que “una empresa es una institución que se enmarca en un sistema social, por lo que no puede ser entendida únicamente como un actor generador de valor económico”.

Estos directores(as) proponen una hoja de ruta ética para los Clientes y Consumidores (“precios justos sin letra chica”), para los Proveedores (“contratos estables y sin conflictos de interés”), para las Comunidades (“entender mejor las verdaderas necesidades”), para Competidores (“ningún tipo de coordinación entre actores de la industria”), para Reguladores y Gobierno (“actuación legal y tributaria impecable”).

Y para los trabajadores(as), “que tengan niveles de vida dignos, mediante las condiciones salariales, trato, seguridad del empleo, calidad del trabajo y beneficios”.

Plantean que, si bien las empresas deben generar ganancias y ofrecer un buen rendimiento a los accionistas, “si no lo hacen mejorando al mismo tiempo la calidad de vida de los trabajadores, clientes y las comunidades en las que vivimos, esas ganancias y utilidades no servirán para nada y se traducirán en un mal negocio” (El Mercurio, 13/12/2020).

A buen entendedor, pocas palabras.

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