Creo que la batalla de ideas debe también pasar por aquí.
Al comienzo una premisa, escribo para lectores honestos.
Mucho se ha hablado, discutido y escrito acerca de que si el gobierno en China es de carácter socialista o bien capitalista.
Los argumentos en favor de la primera hipótesis son los que se han, siempre, enarbolado contra los países que han desarrollado experiencias socialistas: partido único criticando al mismo tiempo la existencia de grandes disparidades sociales.
Los que están por la segunda opción sostienen que los grandes consorcios internacionales y su modo de producción capitalista, son los que le han permitido a ese país alcanzar la actual prosperidad, imputando al sistema la falta de libertades.
Aquellos que critican las diferencias sociales existentes, lo hacen pensando en otras experiencias socialistas, donde el nivel de vida ha sido (y es) más bien equivalente para todos los habitantes. La crítica sobre la falta de libertad, se ha hecho también comparando, la famosa ‘libertad’ del modelo occidental: de prensa, de reunión, de pluripartidismo, etc.
Esta última comparación me hace pensar en una actitud bastante corriente cuando una persona hablando de su propia vida, con sus altos y bajos, se consuela diciendo: “hay otras personas a las que les ha ido peor”. Pero justamente, esta es una actitud no sólo ligera y cómoda, sino que también falaz. Una vida no puede ser comparada más que a sí misma en el tiempo, no a las de otros. Siempre habrá suertes mejores y peores. Lo mismo ocurre, pero a otra escala de tiempo, evidentemente, con los países. La historia de un país, o una región, no se puede comparar con la de otra. Cada una, como en una vida, ha experimentado eventos particulares, que conforman una dinámica y un ritmo propios. Extremando, no sería sensato comparar la vida de un esquimal con la de un europeo o a la de un africano o aùn a la de un asiático. Cada una ha tenido sus condicionamientos, sus limitaciones, sus experiencias, por lo tanto de sus prioridades.
Las prioridades de los pueblos chinos – en China hay 56 etnias reconocidas -, han sido, desde el triunfo de la revolución (1949) fundamentalmente dos: primero, sacar su enorme población del estado de atraso social ancestral y de postración en que se encontraba, y segundo, recobrar la independencia y la soberanía nacional que durante casi un siglo habían sido atropelladas, por decirlo suave, por los gobiernos occidentales (incluyendo la Rusia zarista) y Japón.
Si se toman en cuenta únicamente esas dos tareas que el Partido Comunista de China se había dado, se puede afirmar, casi sin discusión, que la política empleada ha sido exitosa. Y la libertad diràn algunos. Pues la “libertad”, que es la libertad de occidente, nunca ha tenido tanta prioridad para los pueblos chinos como la prosperidad. Y eso justamente por su historia. Los chinos nunca han conocido la “democracia” a la occidental y para obtener lo que han logrado, al parecer, no les hace, por el momento, falta. Sí han conocido en cambio el hambre, la guerra impuesta desde el extranjero y la humillación. Es cosa de ver los sondeos de opinión, que ya se quisieran los gobernantes occidentales la calificación, entre su propia población, que tiene el gobierno chino. Según una encuesta de la Universidad de Harvard el porcentaje de satisfacción de la población china hacia su gobierno es de 93% (1). Y no hablo de Piñera o Macron. Tal vez por eso no hay estallidos sociales ni chalecos amarillos en el ‘imperio del medio’.
Claro, está el caso de Hong-Kong. Sin embargo, ahí hay una gran pero. Cuando las manifestaciones están precedidas por banderas inglesas o norteamericanas, surge la duda sobre las motivaciones y sobre todo de su financiamiento. En efecto, esas violencias con poco sustrato reivindicativo (o poca legitimidad), despiden un pequeño olor a paro de camioneros, financiados por los EEUU, contra Allende antes del golpe de Estado en 1973. Ni siquiera en Chile estos propietarios camioneros, abundantemente pagados por Washington, osaron sacar banderas yanquis en sus paros netamente políticos.
Aquí me permitiré una pequeña digresión. No todas las manifestaciones y protestas que existen actualmente en el mundo son equivalentes. Es el espesor de la reivindicación social lo que otorga legitimidad a una lucha política, esa es una constante que no se debería olvidar al momento de analizar concretamente una situación concreta como decía Lenin. Sin base reivindicativa social ninguna lucha política es legítima. No son lo mismo las manifestaciones contra el, hasta hace poco, gobierno golpista en Bolivia o el actual gobierno neoliberal de Ecuador, que las revoluciones de color fomentadas por Washington en diversos puntos del mundo. Amalgama a menudo utilizada por los grandes medios del sistema para confundir los pueblos, provocar su desmotivación y fomentar su desaliento. Fin de la digresión.
Entonces nos queda el argumento de las relaciones sociales de explotación en el seno de las empresas chinas y las multinacionales. Sí, es cierto, los chinos trabajan como chinos, noche y día. Es así como ese país ha logrado, económicamente y en poco tiempo, lo que ningún otro en la historia mundial. Pero ninguna multinacional, ni capitalista china dicta una sola ley, ni toma decisiones estratégicas, pues éstas son privilegio de los representantes de la nación.
Gran diferencia con lo que ocurre por estos lados donde los políticos, militares, comunicadores, investigadores, académicos, etc., están al servicio de los (pocos) poderosos.
El último e ilustrativo ejemplo es como el gobierno chino frenó en seco la creación de lo que pudo ser la más grande multinacional, nada más y nada menos, que de la historia, perteneciente al ciudadano chino Jack Ma (2). Y eso que Ma es miembro del Partido. Las autoridades prefirieron evitar eventuales problemas futuros.
Si a todo lo anterior agregamos la disposición del gobierno chino de ayuda desinteresada a otros gobiernos, de no importa que signo, para hacer frente a la pandemia, concluiremos que en estos tiempos de ‘sálvese quien pueda’ o de ‘cada cual se rasca con sus propias uñas’, la actitud china se parece bastante al altruismo de otro pueblo a quien sí se le reconoce su carácter de socialista: Cuba.
Por último, se podrá agregar otro parámetro que siempre ha sido esencial para determinar la naturaleza de un país: es la actitud de los países imperialistas o al menos las ex-metrópolis que dirigen los destinos del planeta. La violenta campaña de difamación contra China se parece bastante a aquella de los fantasmas comunistas agitados durante la guerra fría. Hoy esos fantasmas toman nombres diversos. China, Rusia (ambos miembros del BRICS), Cuba, Venezuela, Irán, etc. Cuyo denominador común es la defensa tenaz de sus soberanías, apoyándose única y exclusivamente en el derecho internacional. Entonces cabe preguntarse ¿porqué el imperio ataca tan violentamente China y los otros países antes mencionados? Creo que los gobernantes imperiales, sienten la amenaza no solo económica o temen su capacidad de defensa militar, sino que instuyen el muy mal ejemplo que China está ofreciendo a los ojos del mundo. Nosotros los chilenos ya sabemos que Washington digiere muy mal los malos ejemplos como fue el gobierno de la Unidad Popular y de S. Allende en su época.
¿No será que son justamente las posiciones de este grupo de países antes mencionado, las que está logrando la inflexión de la política de intervención y de ‘cambio de gobierno’ impulsada por los sucesivos gobiernos estadounidenses, desde el 2000, y sus aliados occidentales? Pero eso puede ser tema de otra nota.
J.C. Cartagena.
Sábado, 22 de noviembre de 2020.
Notas:
(2) https://www.abc.es/economia/abci-china-frena-salida-bolsa-grupo-mayor-historia-202011041203_noticia.html